La importancia de las flores en el imperio Romano

By Alejandro Cruz / Publicado Ene. 29, 2025 a las 9:57 am

Las aportaciones de los romanos a las regiones que progresivamente iban conquistando no se limitaron a la lengua, las leyes, las costumbres y la civilización. 

Tampoco dejaron como exclusiva huella de su paso las imponentes edificaciones, las carreteras, los monumentos y los acueductos diseminados por todos los territorios del imperio. 

Su influencia se extendió también a las campiñas, introduciendo nuevos cultivos y modificando el paisaje de las colinas gracias a la difusión de nuevas especies de árboles.

¿Cuándo difundieron los romanos nuevas especies de plantas?

Los veteranos de las victoriosas guerras de expansión recibían como recompensa por los servicios prestados parte de las tierras conquistadas, y se establecían en ellas dedicándose al cultivo de los campos.

De este modo, las hortalizas y los árboles que estaban acostumbrados a cultivar en su Lacio natal fueron trasplantados a todos los lugares cuyo clima lo permitía, proliferando con gran ímpetu.

Una de las típicas plantas difundidas por los romanos es el ciprés, conífera originaria del Asia suroccidental y extendida rápidamente desde Grecia a Italia y a toda la Europa mediterránea.

El imperio Romano era un gran amante de la flora por lo que tenía a su disposición a muchos obreros que dedicaban su vida al cultivo de flores preciosas.

Otro árbol muy querido de los romanos fue el pino doméstico, de característica copa, que introdujeron en Italia los etruscos y luego se propagó por todas partes.

En la otra orilla del Mediterráneo, en las cálidas regiones africanas, los dominadores romanos difundieron en cambio la planta productora de los plátanos, que nunca faltaban en los banquetes importantes.

Se trataba de una planta muy apreciada ya por los griegos, que las cultivaban desde los tiempos de Alejandro Magno.

En efecto, el gran conquistador macedonio había descubierto su existencia en las cálidas y húmedas selvas de la India, introduciéndola posteriormente en su patria.

La camelia como fuente de inspiración para los poetas

Los delicados colores de los pétalos de la camelia inspiraron, en el siglo XIX, a poetas y novelistas. Se trataba de una flor que gozaba de un gran ascendiente.

En las regiones de clima templado su cultivo estaba muy extendido. Procedía de Asia oriental y había sido introducida en Europa hacia el siglo XVIII.

Los jardineros rivalizaban en enriquecer los parques de las mansiones señoriales con ejemplares y variedades de camelias siempre maravillosos y extraños.

La camelia fue un tipo de flor que se creé era de las más valoradas dentro del Imperio Romano.

En la actualidad esta flor ya no están apreciada, pero está perfectamente ambientada en nuestros climas y podemos contemplarla en muchísimos jardines antiguos. La floración de las camelias tiene lugar en primavera.

En esa época, las plantas de la camelia, que pueden alcanzar hasta 7 metros de altura, se presentan cubiertas de corolas blancas, rosadas o purpurinas, que brillan entre el verde oscuro de sus hojas.

Las flores aparecen dispuestas de una forma muy extraña: se encuentran situadas casi siempre en la parte de atrás de sus retorcidas ramas. 

Crecen en solitario o bien formando pequeños grupos. Estas flores carecen por lo general de perfume. 

Pocos saben que las hojitas tostadas del té proceden de una variedad de camelia que difiere muy poco de aquella que se cultiva en nuestras regiones con fines exclusivamente ornamentales.

La apreciación del Té en el imperio Romano

La materia prima para producir una buena taza de té, es decir, las diminutas hojitas oscuras que se utilizan en la infusión, proceden de las hojas tiernas de una planta siempre verde que hoy en día sigue creciendo espontáneamente en Assam y Birmania.

Si se la deja crecer libremente, la planta del té puede alcanzar hasta los nueve metros de altura, pero en las plantaciones se procura que no crezca más de un metro, para facilitar así la recogida de las hojas.

Por lo general se utilizan los renuevos y las hojas tiernas, que contienen la teína, substancia tan excitante como la cafeína.

Las hojas contienen, además, considerables porcentajes de tanino. De las hojas simplemente puestas a secar se obtiene el té verde que tanto se usa en China y Japón.

El que nosotros conocemos es el té negro, y se obtiene secando las hojas, haciéndolas fermentar y tostándolas, por último, ligeramente.

Las hojas poseen distintos aromas según las zonas en las que crece la planta. Las mejores son las que crecen a mayor altitud. Por regla general, las plantas del té que aprecian la sombra se cultivan bajo hileras de árboles de copas tupidas.

Las plantas y flores con las que se elaboraba el té eran muy cotizadas en el imperio Romano pues los grandes líderes amaban tomar infusiones de todo tipo.

El uso de la bebida, muy difundido en Oriente, fue introducido en Europa por los holandeses hacia el año 1600. Los principales productores productores de té son China y la India.

Para este último país constituye una importante riqueza de exportación. Además del té tradicional existen hoy diversos tipos de té aromatizado, cada vez más frecuentes en el comercio.

¿Cuándo se utilizaba el cacao como moneda?

Siempre que comemos chocolate debiéramos dedicar un recuerdo de gratitud a Hernán Cortés.

En efecto, Cortés fue quien primero lo vio consumir a los indígenas de América y lo llevó a Europa.

El cacao se obtiene de las semillas tostadas de un fruto de gran tamaño que madura directamente en el tronco o las ramas de una planta de las regiones cálidas. 

Los indios lo utilizaban para preparar bebidas, mezclándolo con miel o azúcar de caña, o bien para elaborar tartas, como condimento del maíz. 

Pero también lo usaban en tanto que moneda en los intercambios. El árbol del cacao posee grandes hojas ovaladas. 

Mide de cuatro a ocho metros y produce unas flores rojas que brotan directamente en el tronco o las ramas más antiguas.

De las flores nace el fruto, que es una cápsula de hasta 25 centímetros de longitud, integrada por una pulpa amarillenta en el interior de la cual se encuentran las semillas, cuyo tamaño es algo superior al de nuestras nueces. 

Para llegar hasta la almendra feculenta de las semillas hay que partir la envoltura leñosa que las protege.

Cada fruto puede contener una treintena de semillas, a las que se conoce con el nombre de “habas de cacao”. Aisladas de la pulpa, las semillas se hacen fermentar antes de proceder al tueste, cuya finalidad es la de acentuar su sabor aromático y facilitar su pulverización.

Tras la torrefacción, unas máquinas especiales liberan al cacao de las cáscaras leñosas y lo pulverizan, aislando al mismo tiempo el aceite de cacao destinado a otros usos.